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Conocí A Un Señor Que Fue Abducido

Hace algunos años me reuní con el cónsul de un país sudamericano. Me contó, en el jardín del edificio de la delegación, que me contaría su historia a condición de que no revelara su nombre. La historia es que, encontrándose él con dos colegas de la empresa donde trabajaba, poco después de terminar sus turnos y a punto de entrar a un restaurante de carretera, fueron de pronto envueltos en una fuerte luz. Lo siguiente que recuerda es que estaban los tres a bordo de un platillo volante y que había extraterrestres a su lado. Voy a dejar de lado la descripción de los extraterrestres, porque no me acuerdo y tengo los papeles embalados. Pero creo que los describió como muy parecidos a nosotros, pero muy rubios, platinados, y altos, como algunos describen en los libros sobre el tema a los habitantes de las Pléyades. Sigo. Creía que le habían curado de varios males que le afectaban. Dijo que los extraterrestres le dejaron en el mismo lugar y que curiosamente sólo habían pasado diez minutos desde su abducción, mientras que ellos habían pasado varios días en lo que parecían ser otras dimensiones.
Me contó que los extraterrestres le habían llevado por el mar, en la misma nave, cerca del Golfo de México o en algún lugar del Caribe y que el platillo volante había pasado por entre unas columnas, que le dijeron que eran las columnas que sostenían no sé si la franja de tierra que se extiende entre América del Sur y México o algún puente. En todo caso, no parecía que tuviera que ver con el Canal de Panamá y era evidente que estaban en una época muy anterior, tan anterior que es inimaginable. Luego le llevaron a Machu Pichu, pero en una época en que la ciudadela era una ciudad junto al mar. Dijo que había tratado de comunicarse con ellos, diciéndoles lo que pasaría después, sobre todo que Machu Pichu no sería ya una ciudad a la orilla del mar, sino en las alturas de la montaña.
La entrevista que le hice fue publicada luego. Algún día me haré de tiempo para re-encontrar la revista donde fue publicada. Pero creo que esa era, esencialmente, su historia.
El señor cónsul era un hombre de unos 50 años, muy serio y honesto. Quería contar su historia, pero no poner en peligro su trabajo y su prestigio. Por eso me suplicó que no revelase su identidad.

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