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Se Me Apareció El Fantasma De Un Presidiario Francés

Estando en otra ocasión en un pueblo en la selva, me ocurrió lo siguiente: había quedado con un amigo que me pasaría a recoger en lancha a las 4 de la mañana, para llevarme a una pequeña ciudad fronteriza. Alojaba yo en ese momento en la casa del cura (que pasaba por el pueblo una vez al año), una casita muy monona a menos de cinco metros de la ribera del río. La noche anterior, hice mi equipaje y lo deje al lado de la puerta. Todo lo que quedó por hacer, para cuando llegara mi amigo, era recoger la hamaca. (Y lo hago muy rápido, a la manera india). A las cuatro, oigo a mi amigo, que me llama por mi nombre. Me levanto de un brinco, recojo la hamaca, salgo. Hay ahí un pequeño brazo de tierra, una bahía diminuta, frente a la casa del cura. Es muy fácil atracar, porque uno llega a su playa empujado por la corriente. Al contrario, salir cuesta bastante, por lo mismo, porque hay que empujar contracorriente. Veo a mi amigo, envuelto en un cortavientos de amarillo estridente, con capucha, bajándose del lancha y empujándola sobre la arena. Cerciorado de que es él, lo saludo y me vuelvo a recoger las maletas. Esto es, di cinco pasos o algo así, asomé mi cabeza por la puerta recorriendo los pocos muebles, cogí las mochilas y me volví. No había nadie. Era noche todavía y estaba muy oscuro. Me dio rabia. Pensé que era una broma de mi amigo. Le grité varias cosas, pero no me respondió. No estaba en ninguna parte. Me quedé parado fuera, contrariado, tratando de saber qué cosa se traía entre manos. Apareció hacia las siete de la mañana, explicándome que se había quedado dormido (porque la noche anterior se había montado una fiesta en su casa). Para convencerme, me llevó a corroborar la historia que me contó con varios vecinos del pueblo. Me dijo que en ese lugar, en los alrededores de la casa parroquial, se aparecía un fantasma desde hacía muchos años. Que era juguetón y que se entretenía en aterrorizar a los pasantes. Era el espíritu de un preso francés de la Isla del Diablo, o de una de islas prisiones de los franceses de los siglos 19 y 20, que se había escapado, que había sido capturado y condenado a morir engrillado en un saco. Me dijo que a los que intentaban fugarse los metían en un saco y los arrojaban al mar. Cómo llegó a saberlo, no lo sé. Seguramente lo oyó de su padre. O de vecinos de la aldea. Fue un saco el que llegó con su cadáver a esa orilla del río, con las manos y los pies atados. Fue enterrado ahí. Que se aparezca o deje oír en torno a la casa parroquial es ciertamente casual. Se le había aparecido a cantidad de gente del pueblo. Y los vecinos corroboraron su historia. Años después los vecinos sacaron un folleto donde recopilaban los encuentros con ese fantasma y ahí, según me dijo un amigo, mencionaban mi encuentro. Luego me contaron que habían cambiado de lugar aparentemente sus restos, que habían terminado de quedar en la playa. Y que desde entonces no se aparece. Poco después de esa aparición, volví a la aldea. Y pude confirmar, una segunda vez, que sí era un espíritu juguetón, porque me sometió varias veces a sustos terribles, muy infantiles, como apagar la farola cuando pasaba alguien por ahí (a unos veinte metros de la casa del cura, hay un sendero que conduce al pueblo vecino), o reír a carcajada batiente en tus orejas.

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